Testimonios

OFRENDA EN LA SANTA MISA DE BENEDICTO XVI EN VALENCIA


Cuando estuvo el Papa Benedicto XVI en España, en las misas televisadas por el Canal EWTN, puse en el altar como ofrenda este proceso, ya que Amparo es precisamente un modelo de constitución de la familia católica.


Un cordial saludo de quien siempre está atenta de este proceso de canonización.


MARTHA CECILIA ROMERO BUITRAGO -Bogotá, Colombia - 20.08.06

Recuerdos y Noticias, 16

Querido cuñado Fede: Como ya estamos terminando Septiembre no quiero pasar más tiempo o dejar de mandarte la carta que te prometí sobre mis vivencias con mi añorada y querida hermana Amparo.


Varias veces he intentado empezar pero no me sentía inspirada y lo dejaba, veremos si hoy lo consigo.


Desde que Amparo y tú os casasteis he convivido muy poco con ella de esto hace cuarenta y seis años. Al vivir en diferentes ciudades nos hemos visto solamente en visita y no muy a menudo. A pesar de ello siempre que he estado con vosotros y especialmente con ella, pues de ella se trata, me habéis contagiado vuestra felicidad y siempre he aprendido algo bueno a su lado.


Creo que Amparo ha sido una de las personas más buenas que he conocido y tratado. Siempre miraba el lado bueno de la gente y los defectos procuraba atenuarlos y si no podía buscaba excusas para atenuarlos.


Cuando la gente era más humilde o necesitada, procuraba ser más amable y desvivirse más con ellos. Como decía mi madre, era abogada de pobres.


Ya de jóvenes en Benasal (1) cuando el grupo o pandilla rechazaba a alguien ella con esa persona procuraba ser más amable e introducirla otra vez.


Siempre ha sido muy religiosa. También ha tenido siempre una fe muy arraigada, creo que en eso nos parecemos todos los hermanos, gracias a la educación y ejemplo que nos dio mi madre.


Al casarse contigo habéis sido muy felices y le has dado toda la buena vida que has podido. Habéis tenido vuestros problemas, pues 11 hijos siempre dan algún problema, pero habéis mantenido el cariño y la unión familiar y ha muerto rodeada de todo el amor que se puede tener en este mundo. Ella os lo había dado antes, lo que quiero decir es que ella ha sido muy buena. Teniendo un carácter muy fuerte ha sabido dominarse y lo sacaba en contadas ocasiones.


Últimamente para mi era una delicia ir a verla, y un gran ejemplo al ver como aceptaba su enfermedad y la alegría que irradiaba, era una lección de vida que procuraré tenerlo presente en mis momentos difíciles, que no me faltaran, siempre pensare en ella y en mi madre serán mis modelos a seguir.


Bueno Fede, no se si esto es lo que me pediste, pero esto es lo que siento y ten por seguro que siempre la recordaré con un gran cariño y a ti también por ser su marido y hacerla feliz.


Te quiere Mª Julia. (2)


Valencia 30.09.96

Recuerdos y Noticas, nº 21



1. Donde veraneaban.

2. Mª Julia Portilla Crespo

Conocí a Doña Amparo a finales del año 1994, empecé a ir a su casa a trabajar, ella estaba ya enferma. Era muy buena, tenía muy buen corazón, la pobre estaba enferma pero siempre pensaba en los demás.


Yo trabajaba tres horas el día que iba a su casa y ella decía que trabajara dos y me pagaría tres, que estaba yo muy cansada. Un día me dolía la espalda y ella que tenía el costado abierto vino a cogerme el cubo, yo lo cojo, me decía, no le respondí, ella me dijo, puedo ayudarte.


Creía en Dios, tenía un corazón que conocía muy bien a Dios, era una persona muy buena católica.


Siempre estaba contenta aunque estaba enferma, nunca la he oído quejarse.


Yo veía que le gustaba estar con sus hijos, con todos, a mí me decía: Fatna, cuéntame ¿qué tal tu marido, tus hijos, tus netos, estás contenta, estás triste por algo? Un día me dijo, ¿cuántos nietos tienes?, dije siete, ¡casi como un equipo de fútbol!.


Aunque yo la conocí poco tiempo era para mi como familia, una persona con corazón bueno, que piensa en la gente, en los pobres, en los demás.


Aceptó la voluntad de Dios; es Dios quien le mandó la enfermedad; ante cualquier cosa que sucedía decía: ¡Gracias a Dios!


No les decía a los hijos estoy mal, ni me voy a morir, estoy enferma o darme esto; no se quejaba, ni lloraba. Ella pensaba que se iba a ir con Dios y estaba contenta.


la vi por última vez el jueves 9 de mayo de 1996, estaba como dormida, en coma, le besé la mano al irme.


Llevo siempre una foto suya en mi cartera.


FATNA ESSALHI (Rabat - Marruecos)

Recuerdos y Noticias, 20

Sí, tuve la suerte de conocerla y digo suerte, porque no he conocido a otra persona tan buena, tan cariñosa, tan amena y con tantas ganas de agradar y de ayudar a todo el mundo que lo necesitase.


Cuando la conocí, yo era novia de un primo de su marido. Ellos eran un poco mayores que nosotros, pero nos sentíamos tan bien estando juntos, que íbamos muchos domingos a pasar la tarde con ellos, que ya tenían al primero de los once hijos que tuvieron. Jugábamos a las cartas, charlábamos y los pasábamos muy bien.

Después nos hemos seguido viendo muchas veces en casa de mis suegros, en su casa, etc... A mí, lo que más me sorprende de Amparo era que siempre era la misma, nunca la veías de mal humor, ni poner una mala cara; jamás hablaba mal de nadie, disculpaba a todos y siempre encontraba y destacaba la parte buena de las personas.


JÓSE SAGÜES

A este testimonio de Jóse, mi mujer, sobre el carácter y virtudes de Amparo, quiero añadir algunas anécdotas vividas con este ejemplar matrimonio Amparo-Fede (así le llamábamos familiarmente) durante tantos años.


Yo era primo de él, pero más que este parentesco, puedo decir que era mi mejor amigo y confidente.


En la primavera de 1949, él ya trabajaba en Madrid, me dijo un día: "¿Por qué no vamos el próximo fin de semana a Valencia y así conoces mejor la ciudad y te presento a mi novia? y ¡llévate la cámara de cine!". El buen lector comprenderá cuál era el motivo y deseo de Federico... Así lo hicimos y crei que fui el primer miembro de la familia que conoció a la futura Sra. de Romero.


Con la cámara hicimos varias escenas en la Plaza de San Jaime. Fede, que era el "guionista" esperaba a Amparo, que llegaba tarde en tranvía a la cita. Naturalmente él le regañaba seriamente y ella por ello también tenía que poner cara seria. No hubo manera, su carácter y bondad no permitían enfadarse, ni en película...


Antes de regresar a Madrid, le pregunté a Amparo qué regalo podría llevarle a mi novia; su contestación fue rápida: una medalla de la Virgen de los Desamparados.


Pocos meses más tarde se hizo la petición de mano, ante la próxima boda. Fede no pudo desplazarse por cuestiones de trabajo. La realizaron mis padres (ella era madrina de Federico) a Doña Amparo Crespo, madre de la novia, en un balneario en Benasal (Castellón), donde coincidieron en varios veranos. Pero el mismo día y a la misma hora, lo celebrábamos nosotros con varios familiares y amigos en el despacho de trabajo de Fede en Madrid, acompañados lógicamente por una botellita de cava..


Transcurrieron los años, y después de nuestros enlaces matrimoniales fueron muy frecuentes nuestros encuentros. En una ocasión hubo una pequeña reunión en casa de mi hermano. Yo, reconozco que soy perezoso y poco acertado en la forma de vestirme: llevaba unos zapatos horrorosos de piel vuelta, más apropiados para el campo o la caza. Mi mujer los "descubrió" ya en casa de mi hermano y me echó una buena regañina. Amparo, que lo vio le dijo riendo: "Pero Jóse, déjale, no ves que él va cómodo y además son muy bonitos..." es decir, que una vez más, se vio la simpatía y bondad de Amparo: a nadie le veía defectos.


Así la conocimos, la quisimos y la seguimos queriendo.


FEDERICO DIETL

Recuerdos y Noticias, 16

Conocí a Amparo y a Federico, su marido, con motivo del nacimiento de su hija Ángeles, número 10 en la larga escalera de vástagos Romero Portilla. Me llamaron la atención sus ojos azules, profundos y serenos y una gran sonrisa que contagiaba alegría a su alrededor. Me atendió con mucha amabilidad y cariño, sin empalagos, porque Amparo era muy natural y espontánea en su trato, sabía escuchar con interés y tenía una palabra justa con un puntito de buen humor.


En 1964, es decir, un año después, nos hicimos cuñadas, me casé con su hermano Alberto, y el trato fue aún más cariñoso y entrañable. Siempre sonreía, tenía tiempo para atender a todos y, si se veía más apurada, decía: - Perdona Rosi, “¿me ayudas, por favor, a doblar estos calcetines?, te lo agradecería mucho”. Y así, con pequeños encargos y conversaciones con fundamento se nos iba metiendo muy dentro. Le gustaba reunir a su numerosa familia en tertulias tras la comida o la cena, respetaba las opiniones de otros, pero exponía con claridad su punto de vista, que era, la mayor parte de las veces, francamente acertado.

Cuando nació nuestro primer hijo vino desde Madrid enseguida a visitarnos, y eso que vivíamos en Zaragoza entonces. Representó un trabajo extra dejar a sus hijos pequeños para estar con nosotros unas horas, pero lo hizo con toda naturalidad. Y con toda naturalidad estuvo también en la operación de nuestro octavo hijo, Miguel. Fue una intervención complicada que duró seis horas. Amparo no se movió de nuestro lado, y aquella noche larguísima que el niño pasó en la UVI ella estuvo a mi lado, con palabras de aliento y sin importarle para nada la incomodidad de un sillón en el pasillo. Creo que es una de las cosas que más recuerdo de ella, su serenidad y delicadeza para apartarse sin molestar cuando los médicos venían a darnos una información puntual.


Veraneaban en Riaza, provincia de Segovia, en una casa espaciosa, con muchas camas y mesas extensibles que sen llenaban en vacaciones, sobre todo los fines de semana. Allí acudíamos todos, hermanos, sobrinos, cuñados, etc.…y nos atendían siempre con una serenidad y alegría grandes; digo serenidad, porque suponía una tarea fuerte añadir comida, platos y, sobre todo muy especialmente, tiempo, de lo que no andaban especialmente sobrados. Amparo se volcaba en cada uno de nosotros haciendo preguntas interesantes, tertulias de sobremesa jugosas y ¡ah!, todo eso dando biberones a sus hijos y colocando alguna tirita a los sobrinos especialmente traviesos. Realmente, no sé como lo conseguía.


Su capacidad de trabajo era grande, siempre tenía una labor entre manos, un arreglo de ropa, etc. Si se te ocurría alabarle algún gesto especial, contestaba rápidamente. “Quita, quita, exagerada, eso no es así”.


Recordamos todos, los paseos por el Rasero, explanada de Riaza, a veces rezando el rosario, animándonos a acompañarla, o las frecuentes romerías a la Virgen de Hontanares u otros santuarios a los que tenía especial predilección, todo ello en un ambiente de camaradería y buen humor. Luego la vuelta a casa, los baños, las cenas, donde el matrimonio Romero hacía doblete para atendernos a todos. Nos dejó un recuerdo especial e imborrable de aquellos veranos en la sierra Segoviana.


Estuve unos años más decaída y Amparo me llamaba con asiduidad y rezaba por mí, de esto estoy segura. Cuando estuve más delicada, después de una intervención, Federico y ella se hicieron cargo de nuestros dos hijos más pequeños. Su casa, en la calle Jerez de Madrid, era un hogar lleno de paz y mucho trabajo, donde todos, hijos, nueras o yernos, hermanos, nietos, amigos, visitas, eran tratados como personas individuales. Se estaba tan bien allí que las horas se hacían cortas y costaba trabajo despedirse para ir a la calle. Era ponderada, sencilla y muy humana. De ella aprendí muchas cosas y fue la hermana que siempre deseé tener.


Luego llegó su enfermedad, aquellas tremendas operaciones y curas que para asombro de propios y extraños llevaba con una sonrisa. Lo mismo daba llegar por la mañana, cuando todavía se estaba aseando, que al final del día, cuando cansada se le entrecerraban los ojos.


Participaba de las conversaciones, sonreía, asentía y te daba ánimos desde su cama con tanto garbo que parecía ser ella la agradecida y feliz con nuestras visitas, sin darle importancia a las múltiples molestias y dolores que sufría.


La enfermedad avanzaba deprisa, a la vez que aumentaba su paciencia e interés por todos, le gustaba vernos frecuentemente y escuchar comentarios de actualidad, seguía plenamente todas las pequeñas cosas diarias.


Los últimos días, sin poder hablar ya (tenía metástasis cerebral), nos sonreía y estaba con nosotros y con otros muchos familiares en la misma actitud de siempre.


Su ejemplo de vida, de placidez en la agonía, nos enseñó cómo debe ser un cristiano cabal. Su marcha al cielo fue consecuencia de ello. Lo hizo un 10 de mayo, día de la Virgen, a la que tanta devoción tenía, y aquello, por lo menos a mí, me pareció una caricia de la Señora.


ROSA CIRIQUIAIN

Recuerdos y Noticias, 15

Al leer el boletín de "Recuerdos y Noticias" de Amparo Portilla Crespo, me vino un fuerte deseo de escribir mi vivencia al contacto con esta alma de Dios.


Soy sacerdote, y tuve la suerte de atender espiritualmente a Amparo al final de su enfermedad. Conocí a Amparo, a su esposo Federico y a algunos de sus hijos, dada la coincidencia de que la familia iba frecuentemente a misa a la Iglesia de San Nicolás de Tolentino regentada por los padres Agustinos Recoletos, en donde yo estuve destinado por espacio de 6 años de 1991-1997.

La conocí ya enferma, pero siempre cpn su ánimo sereno y su sonrisa a flor de labios. Entre otras cosas, por entonces yo me dedicaba a visitar a los enfermos que no podían salir de casa, para llevarles consuelo espiritual la sagrada comunión y la unción de enfermos. Le ofrecí mis servicios para cuando los necesitara. Y unos meses después comencé a atenderle espiritualmente: confesión, comunión, unción. Durante un año le visité cada semana. Recibía con gran fervor y unción la sagrada comunión.


Nunca le vi un gesto de amargura o mal humor. Al preguntarle por su estado siempre decía que estaba bien. Lo que más me impresionaba era su sonrisa serena con la que daba a Dios su vida que se escapaba silenciosamente.


Al leer en el último Boletín el testimonio de "Su Sonrisa" doy testimonio de esa gracia de Dios que a mi siempre me impresionó pero a nadie se lo decía porque creía que era solo conmigo por ser el sacerdote que le atendía. Ahora se que Amparo era sonrisa para todos, amor para todos y servicio para todos, no solopara mí.


Y otra cosa más: desde que se fue al Padre hasta hoy, la tengo presente como una amiga y hermana e intercesora inseparable y son muchos los momentos en que le recuerdo con mucha alegría espirtual. Porque Amparo infunde su espíritu de alegría y paz a todos los que se encomiendan a ella. Doy gracias a Dios por haberla tratado y conocido y ruego para que sea beatificada una hermana tan ejemplar como mujer, esposa y madre.


SALVADOR GARCÍA HERNÁNDEZ

Recuerdos y Noticias, 14

(...) Recuerdo con especial cariño el viaje que hice a verla cuando ya muy enferma, consideré que debía despedirme de ella. Estaba en la clínica, recibiendo quimioterapia, con su misma sonrisa, dulce y cariñosa, rodeada de hijos, y supongo de ángeles. No profundizamos en nuestra despedida, para no herir a la familia, pero nuestras almas captaron el mensaje: Te quiero, tu vas a marcharte ya, yo todavía no, cuando veas a mi hijo bésale por mí, Amparo querida me voy a quedar muy sola y te voy a echar mucho de menos.- No te apenes, querida, Allí me están esperando.


Después, ya sólo nos comunicábamos por teléfono, siempre serenas. Tuve la suerte de poderla ver una vez más, en un viaje relámpago de ella a Barcelona, para saber la última impresión de un especialista. Ella estuvo contenta de verme, yo estaba segura de no verla ya nunca más, y así fue, pero su recuerdo está siempre presente, y la llevo en el corazón. Su ejemplaridad ante la enfermedad, fue la misma que tuvo durante toda su vida.


MARIBEL ROMERO CASTILLO

Recuerdos y Noticias, 12

(...) La virtud del orden llevaba a Amparo a ejercitar el apostolado en primer lugar con sus hijos, los más próximos. No era una madre machacona y pesada; al contrario, tenía una forma sugerente de animar, de razonar, de estimular. Era un apostolado más bien del ejemplo que de predicación. En su casa la televisión era un componente más del descanso, de la cultura y de la distracción. Amparo tenía un criterio recto sobre su uso, en cuanto al tiempo y, en particular, sobre la calidad moral: no admitía la menor zafiedad en los programas ni en las películas. Recuerda una de sus hijas que en algunas que otra ocasión los hermanos mayores se quedaban por la noche para ver una película y Amparo solía acompañarlos, aunque a veces estaba cansada o no tenía ganas, pero comprendía que no era prudente dejarlos solos frente a una película aunque pareciera no presentar inconvenientes. El desarrollo del film era motivo para comentar las distintas actitudes de los personajes, lo que permitía a sus hijos sacar unas consecuencias que le llevaban en ocasiones a apagar ellos mismos el televisor por considerar que era una inmoralidad lo que allí se presentaba. (...)


"CASA ABIERTA Y APOSTÓLICA"

Recuerdos y Noticias, 11

Conocí a Amparo el año 1949, cuando era novia de mi primo Federico. Desde entonces hasta su fallecimiento he tenido relación con ella.


Era una persona que daba mucha paz, con una sonrisa agradable siempre, que quitaba las penas. Sabía contestarte dulcemente al problema que tu le estabas contando y te daba seguridad saber que ese problema que le contabas no salía de ella; una persona fiel, que tenías a tu lado y podías contarle una alegría o una pena. No tenía doblez; con una palabra sencilla sabía aconsejarte y te comprendía, ¡con una alegría! Era de un trato muy dulce.


Desde que murió mi hija Mª Emilia me acuerdo más de Amparo, porque tengo un recuerdo maravilloso de ella. Cuando murió mi hija me llevaron mis primos a Madrid, y fui a verla; estaba ya muy enferma y no podía hablar, y yo lloraba, lloraba, lloraba; salió Amparo con una bata rosa, con un gorro en la cabeza, me cogió la mano y todo el rato que yo estaba llorando, llorando, llorando, ella me apretaba la mano y todavía tengo esa sensación de que Amparo me apretaba la mano. No sé si me consoló o me tranquilizó, pero yo sigo sintiendo el apretón de la mano de Amparo. Me fui muy relajada. Tengo ese recuerdo muy vivo. Ella sentía mi dolor y mi pena tan grande y por medio de apretarme la mano estaba a mi lado, me consolaba.


Mª CARMEN PUIG

Recuerdos y Noticias, 10

Empecé a trabajar con Amparo en 1951 y desde que me case hasta ahora nunca hemos perdido el trato.


Cada año tenía un embarazo, no se quejaba. En esa casa siempre había una cunita con un niño.


Me vine a Madrid, con 13 años, no sabia leer ni escribir, porque no había ido a la escuela, y los jueves en vez de salir, Aurora una amiga mía y yo, nos compramos unos cuadernos y Dª Amparo nos ponía muestras y nos enseño a leer y a escribir.


Estaba siempre pendiente de mí, era una persona que se desvivía por todo el mundo, pero mayormente por los que estábamos alrededor suyo. Para ella todos los desconocidos eran sus amigos; para mí ha sido y es la mejor persona del mundo, a mí me ha hecho mucho bien siempre.

Me acuerdo que una día íbamos las dos con dos o tres niños al médico, y al cruzar Narváez, íbamos por la calle Sainz de Baranda, en la esquina había una gitana con un niño de la mano y otro en brazos y se cayó, no sé que tenía, si estaba también en estado: Amparo se fue con la gitana al médico y yo me fui a casa con los niños y los dos hijos de la gitana. Fueron a un hospital por Manuel Becerra y eran las tantas de la noche y no venía, hasta que no le hicieran todas las pruebas estuvo con ella, esos niños se quedaron esa noche a dormir en casa, y al día siguiente vino su padre a buscarles.


Después estuve yendo yo muchos días con una jarra de leche para los hijos de esa gitana porque me lo decía ella,- entonces todo Doctor Esquerdo era campo y había muchas chabolas de gitanos.


Siempre decía por las mañanas, buenos días Señor, un día más que tenemos para nos acercarnos a Ti. Decía esa oración, nosotros decimos, buenos días y ella decía eso, y como eso muchas otras cosas.


ALBINA GUERRERO

Recuerdos y Noticias, 9

Conocí a Amparo Portilla en Octubre del año 1940, en el Colegio del Sagrado Corazón de Godella.


Siempre que evoco aquellos años tan gratos y provechosos para mi formación y mi vida, la nota mas resaltante es precisamente la imagen de aquella compañera afable y cariñosa, de bella sonrisa, alegre y abierta, que invitaba a corresponder con el afecto sincero a todos los que tuvimos la suerte de conocerla y tratarla.


Muchos años después, recibí una carta de otra muy querida compañera, Amparo Boix que me informaba sobre la próxima introducción a la causa de beatificación de Amparo Portilla escribiendo:"...supongo que no te extrañará..."¡No, no me extrañó en absoluto! Deseé y deseo fervientemente que esta beatificación llegue a realizarse. Por ello ruego constantemente.


Desde hace tiempo tengo presente a Amparo Portilla en mis oraciones y le pido que me ayude y ayude también a los míos. Y así como estando viva, hace tanto tiempo, en los años en que la traté, ella me ayudó y me dio eficaz ejemplo, hoy sigue concediéndome favores que frecuentemente le pido.


Espero de todo corazón poder presenciar la beatificación de Amparo y si no estoy ya en este mundo, que ella me lleve a su lado.


Yo emigré a Venezuela en el año 1956 y desde entonces tan solo algunas veces supe algo de Amparo a través de otras compañeras y por lo que me informaban comprendí que la época de mi contacto con ella no fue sino la de su maduración para alcanzar una vida llena de amor a Dios, pues supo cumplir a cabalidad y aun en forma eminente el nuevo mandamiento de Cristo; a mí, a su prójimo, e incluso más que a sí misma.


No sé si en aquellos lejanos años lo pensé o no, seguramente mi juventud no me permitió apreciarlo, pero hoy tengo la muy fundada convicción de que Amparo Portilla era un alma tocada por el dedo de Dios.


LUISA PLA

Recuerdos y Noticias, 8

El trato de Amparo siempre era muy cariñoso, como si fuera la primera vez que iba a su casa. Esta sensación la tuve siempre que la visité.


Estando en Riaza, era una delicia volver con Amparo de Misa. Un recorrido de cinco o diez minutos escasos, los que separan la Parroquia del número 71 de la calle Cervantes, los convertía Amparo en cuarenta y cinco minutos de amable trato con vecinos y conocidos. Se paraba a saludarlos, charlaba con los que estaban en el balcón, les preguntaba por la familia, etc., recordando muy bien nombres y datos de la salud de los vecinos. Yo supongo que esto sólo se puede explicar, porque los encomendara con frecuencia. Cuando los despedía y nos alejábamos de ellos, me ponía en antecedentes, siempre diciendo algo bueno de cada uno. Amparo era muy conocida y muy querida en Riaza.


Un verano, sería quizá el de 1985, ocurrió un suceso que me dejó una impresión muy honda de Amparo. Jugando un partido de balonvolea me caí y me di un golpe muy fuerte en la cabeza, no perdí la conciencia, aunque si la memoria durante unos minutos, de manera que cuando la recuperé un poco todos los amigos pensaban que estaba de guasa. A medida que transcurrió la tarde, recuperé del todo la memoria, si bien hay ahí cinco o diez minutos que tengo en blanco de aquella tarde. Pero al llegar la noche y acostarme, como siempre en la habitación denominada "el hospital" de la casa de la calle Cervantes, empecé a encontrarme muy mal, y acudí con prisa al baño, que se encontraba en el otro extremo de la casa, muy próximo al dormitorio de Amparo. Ella se despertó, me cuidó, me estuvo velando toda la noche, y me atendió, preocupada, pero con todo el cariño y buen humor como lo hubiera hecho una madre muy buena. Me impresionó su atención y desvelo. Llamó al día siguiente a mi casa a Madrid para ver qué me había dicho el médico. Normalmente cuando uno se encuentra muy mal desea que su madre no ande lejos; pues en esta ocasión, si bien yo también me acordé de la mía, la dolencia fue mucho más llevadera gracias a Amparo.

Hacia mayo de 1996 fuimos mi mujer y yo de visita a su casa. Amparo se encontraba ya muy mal, estaba en cama en su dormitorio, y no pensamos que pudiéramos verla. Sin embargo, en un momento de la tarde, entró Federico o Nuria en el salón, y dijo que Amparo quería vernos. Tuvimos una sensación muy clara de que quería despedirse de nosotros, y que, con toda seguridad, ya no la veríamos más. Entramos en el dormitorio y nos sonrió. La rodeaban sus hijas, y tuvo unas palabras muy cariñosas para nosotros. Nos despedimos con un beso muy emocionados de ella, y nunca tuve una sensación más clara de ver a una persona tan cerca del Cielo, en todos los sentidos, y con tanta presencia de Dios.


NICOLÁS DIETL SAGÜÉS

Recuerdos y Noticias, 7

Yo conocí a Dª Amparo en 1956, cuando Mari, que trabajaba en su casa, me dijo: Me voy a casar, ¿por qué no te quedas tú en la casa? Yo le pregunté: ¿Cuántos niños tienen? Cuatro, me contestó. Y yo le dije: ¡Que te crees que estoy loca! Mari me dijo: ¡Si son muy buenos! Y me quedé.


Dª Amparo siempre tenía preocupación por todos los demás, se preocupó de todos, siempre estaba conmigo, a mí me llevó a un oftalmólogo.


A ella le gustaba tener hijos, le habría gustado tener doce, y no se quejaba nunca cuando estaba embarazada.


Trataba siempre bien a todas las personas, a nosotras, las que trabajamos en su casa; a mí no me tenía como una chica, como la criada, a mí me trataba muy bien, muy bien, y a mis hermanos también. Era una persona muy sencilla.


Era muy religiosa, muy religiosa, pero era muy normal. Y digo que era muy religiosa, por eso tenía los hijos que Dios le mandaba y tenía tantos hijos, y por eso trataba bien a todo el mundo. Nunca hablaba mal de nadie, no criticaba a nadie. A veces entre chica y señora, pues ya se sabe, a veces cuando se tiene confianza, alguna vez le contestaba. Se han portado tan bien conmigo, mis problemas pues eran de ellos, yo siempre, siempre, le he dicho mis problemas, eran los suyos.


Yo a Dª Amparo la tengo como si fuera una santa, ¿qué voy a decir? A mí me ha hecho mucho bien, mucho bien, mucho bien y a todo el mundo que conocía, y me han ayudado mucho, en todo lo que yo necesitaba.


TOMASA VALDEOLMOS

Recuerdos y Noticias, 6

(...) Era amable pero tenaz. Rectilínea en los ideales de su vida, espíritu religioso y por encima de todo el amor por sus hijos que, habiendo tenido once, fueron los que marcaron y condujeron el devenir de su vida. Podíamos en semblanza analógica definirla como "mujer paraguas" bajo cuyo manto protector cubriría no solo a sus citados hijos, sino a toda su familia, incluida la política y a las numerosas amistades que desde el colegio fue haciendo a lo largo de su vida.


La he calificado como "santa entre pucheros" pero no relumbrante ni milagrera


Ella siguió una norma de perfección con algún valle, acaparada por el hogar y la familia no solo la numerosa sino la más alejada de sangre o política como he dicho anteriormente.


Su trato fue para mí entrañable y beneficioso. Más liberal que exigente. Consejera si se le pedía.


Soy aficionado a mandar pequeñas citas aprovechando felicitaciones. Amparo me proporciona una que pone en boca de una amiga suya: "Otro día más que me acerca a ti Señor" dice cada mañana. Sus favoritas: "Para las Madres y para Dios, todos somos hijos únicos", y sobre todo "Lo que la oruga al romper su capullo interpreta como una catástrofe, como el fin del mundo, es que va a convertirse en mariposa", en la felicitación de 1994.


En su camino de perfección ayudaba a los demás(hablo por mí). Nunca se concedió el derecho a ser juez de los otros( y quizá lo tenía). No es una santa al estilo rompedor. Con un símil deportivo su estilo no es el de un Zarra o un Alfonso. Vivió más bien de centrocampista, tipo Guardiola, dando pases de gol a las personas que más quería.


CARLOS ROMERO

Recuerdos y Noticias, 4

(...) No he visto nunca a Amparo enfadada, jamás en la vida. La sensación no era de que luchase, de que se dominase, no era la sensación de una persona educada que se controlara, no: la impresión que daba era la de que ella era así, tenía esa bondad y por lo tanto siempre disculpaba. Cuando contabas algo de un miembro de la familia o de algún conocido, siempre encontraba la disculpa a cualquier cosa que no estuviese bien. Nunca te ponía a ti en la situación violenta de que hubieses murmurado o hecho una cosa mal, sino que trataba de disculpar y justificar al otro, dando una explicación de porqué habría actuado así. O sea, tu decías "Es que ha hecho...", y ella contestaba: "En esas circunstancias no sabemos lo que hubiéramos hecho nosotros"; o "Es que ha habido un motivo desconocido por el cual ha reaccionado así o ha hecho esto". A ti no te violentaba por estar criticando; tu habías hecho algo que no estaba bien, un comentario de critica, pero no te lo afeaba y siempre trataba de defender al otro, dando la explicación de porqué lo habría hecho, sin justificar la acción; eso era muy de ella. (...)


"YO CONOCÍ A AMPARO"

Recuerdos y Noticias, 3

(...) Cuando la acompañaba, me daba cuenta de que los ancianos y los discapacitados la querían de verdad; se paraba, se interesaba por ellos, los visitaba en sus casas y, aun cuando tuviera mucha prisa, siempre encontraba un momento para atenderlos. Creo que nunca tuvo un enemigo personal, porque siempre procuró que sus actos fueran hijos de la buena fe.


Solía ensalzar las virtudes ajenas. (...). "Si no puedes decir nada bueno de alguien, más vale que calles."


Toda persona, como hija de Dios, tiene una dignidad y una parte positiva", decía.


Efectivamente, todas las personas tenían, para ella, un gran interés. Se conmovía con los nacimientos, no sólo de las personas allegadas, sino también de las más lejanas, como si celebrara el misterio de la vida en permanente renovación; la afectaban las dolencias de los enfermos aunque no fueran muy cercanos, se interesaba por ellos con sincero interés y, así, iba ampliando el círculo de sus oraciones y desvelos (...)."


"LA DELICADEZA DE MAMÁ"

Recuerdos y Noticias, 3

(...) Lo que más le caracteriza es ese buscar lo positivo de las personas, y de las cosas, nunca una critica ni nada negativo (...)


"YO CONOCÍ A AMPARO"

Recuerdos y Noticias, 2

(...) Conocí a Amparo, cuando nos preparábamos para la 1ª Comunión que recibimos de mano del obispo auxiliar de Valencia, Monseñor Lauzurica, en la capilla del colegio de Godella el 6 de Mayo de 1932. Ella tenía seis años, yo uno menos.


Nuestros propósitos fueron: no cometer jamás un pecado mortal y no acostarnos sin rezar las tres avemarías de la Virgen.


A partir de Octubre de 1939, cuando después de la guerra se reanudaron las clases, estuvimos siempre juntas. Hicimos el bachillerato, examen de estado y luego Puericultura. Fue una amistad de colegio y de familia, vivíamos cerca y nuestras madres eran amigas. Muchas veces salíamos juntas de paseo con las mismas chicas y chicos.


Queríamos tener familias numerosas, porque teníamos una visión del matrimonio que nos acercara a Dios y llevara nuestros hijos hacia Dios. Un día discutimos sobre este tema, Amparo me dijo que si para tener muchos hijos era preciso explotar a las muchachas de servicio como entonces a menudo se hacía, era preferible no tener familias tan numerosas, defendiendo el trabajo de las chicas de hogar y su dignidad. Yo contestaba que necesitaba otras dos manos porque sino, mientras limpiaba la caca de un hijo otro se me podía tirar por un balcón. Amparo me dijo "pues si para tener tantos hijos, hay que explotar a alguien, mejor es no tener tantos". Ella siempre salía en defensa de los que juzgaba oprimidos.


Si tengo que decir algo especial de Amparo, es eso, su preocupación por todos, jamás- y esto lo digo muy fuerte, porque me parece que es suficiente para santificar a una persona- jamás la he oído hablar mal de nadie.


Amparo se volcaba más en una persona que por algo estuviera desfavorecida. Era siempre la abanderada de todas las cosas de caridad, de amor por los demás. Creo que esto la ha definido siempre.


Cuando se puso enferma Amparo me telefoneó desde Madrid, hablamos un rato y me dijo "tengo que darte una noticia" como si me dijera "me ha salido una cana, o me he comprado un traje en tal sitio" y añadió "tengo cáncer de pulmón", le respondí "muy bonito ¿sólo eso?" y me dijo "que no, de verdad" y mientras me hablaba yo estaba segura de que tenía una sonrisa en los labios; sabía, por su voz, que estaba sonriendo. Ella siempre sonreía."


AMPARO BOIX

Recuerdos y Noticias, 1

(...) En plena primavera, comenzando el mes de Mayo, nuestro Padre Dios quiso llevarse a Mamá; sin llamar la atención, calladamente, en la madrugada del 10 de Mayo de 1996, después de un largo forcejeo de amor entre Dios y nosotros; nosotros, por amor a Mamá, luchábamos por retenerla y Dios, por amor, tiraba de ella. Su amor pudo más y se la llevó junto a sí para siempre, donde nos espera. "Tenemos una cita en el Cielo" nos decía.".


"UNA CITA EN EL CIELO"

Recuerdos y Noticias, 1

(...) Si tengo que decir algo especial de Amparo, es su preocupación por todos, esto lo digo muy fuerte, porque me parece que es suficiente para canonizar a una persona - jamás la he oído hablar mal de nadie. Si alguna vez hemos discutido - y hemos discutido poquísimo - siempre ha sido porque ella defendía a alguien. Una vez se disgustó conmigo porque critiqué a una persona, me dijo que, parecía mentira y me reprendió. Esto se me quedó muy grabado.(...)"


"YO CONOCÍ A AMPARO

Recuerdos y Noticias, 1